Prólogo de la historia

Un grupo de soldados cabalgaba con decisión hacia la aldea que en ese momento estaba siendo asaltada por los soldados de un reino enemigo. Mientras tanto en la aldea se vivía un mundo de caos y desorden, el miedo y el descontrol se podía ver por todos lados, hombres y mujeres corrían para salvarse de las estocadas de las espadas de los jinetes o de las pisadas de sus monturas, el fuego de los tejados en las casas empezaban a consumir lo poco que tenía esa pobre gente, ya que era un pequeño pueblo de granjeros. El olor de la carne chamuscada de los animales que se habían quedado encerrados empezaba a embargar toda la zona, pero la muchacha que se hallaba escondida tras el montón de heno en el establo no dudo un solo instante en seguir ahí.

Se oían los gritos de lamento de las mujeres que veían que sus casas ardían o que su marido o hijo se encontraba muerto porque había sido ensartado por una espada enemiga, también se oía la agonía de aquellos que esperaban que la muerte llegase a llevárselos. La joven cerró los ojos y tapo con sus manos los oídos para intentar mitigar el sonido que provenía de fuera, lo cual hizo que sus sentidos quedasen reducidos y no se percatase antes de la entrada al establo del soldado, que buscaba justamente gente que se hubiese escondido para evitar ser llevada.

Estaba cubierto de hollín, del humo de las casas, la armadura ni siquiera brillaba, la espada que portaba tenía signos de que había matado al menos a un par de hombres, pues su sangre a un corría por ella, la joven quedó completamente paralizada al verlo en el umbral de la puerta, aunque hizo el mínimo ruido posible él notó la presencia, ya que era experimentado en el asalto a aldeas y sabía que al menos una persona se solía esconder en los establos o los graneros, por lo que se acercó a la zona donde se hallaba el heno, pero ahí no había nadie, eso le dejo un poco descolocado, puesto que había visto el cabello de alguien hacía un momento en esta dirección. Tomó su espada y empezó a ensartarlo en el heno, en una de sus embestidas el gemido de algo le hizo sonreír con malicia.

    -Sal de ahí si no quieres que la siguiente te haga más daño. -Dijo con voz grave.

La muchacha salió tal como le había aconsejado el hombre, mostrando una corte profundo en el brazo derecho, el hombre la tomó de ese brazo con fuerza y la sacó del establo en ese mismo instante. Una vez fuera, la chica, comprobó la masacre que ese montón de escoria había provocado en su hogar, el hombre la tiró con fuerza contra el suelo y le señaló con la espada. En el momento en el que le iba a atravesar con su arma, el golpe fue detenido por otra espada de otro soldado montado en un caballo marrón de porte recia.

En ese momento un nutrido grupo de otros guerreros entraron por los restos de  la entrada del pueblo, convertida ahora en poco más que un amasijo de piedras y madera carbonizada. Los soldados que saqueaban el sitio, al verlos, tomaron sus monturas y salieron a galope como si de demonios se tratasen, solo uno había quedado en la aldea, pues no le dio tiempo a montar. Todos los jinetes hicieron corro alrededor de él excepto uno. Aquel que había detenido el golpe el cual portaba una espada brillante la cual manejaba con soltura y maestría, la muchacha que seguía sentada en el suelo miraba como ambos combatían, un duelo entre soldados.

El soldado enemigo poco tardó en rendirse, puesto que no era uno de los más diestros en el arte de la espada, ya que solo sabía usarla para dar el golpe final. Enseguida lo apresaron para saber por qué habían entrado en las tierras de otro reino y cuál era su cometido, el guerrero se acercó a la muchacha y la escrutó, espetándole finalmente.

    -Debilucha -dijo mientras volvía a su montura.

Ella simplemente abrió la boca y miro como los soldados se marchaban, se levantó y miró a su alrededor, nada quedaba de lo que había conocido, así que tomo algunas pertenencias que se habían salvado y se marchó de lo que antes había sido su hogar.

    -Le demostrare que no soy una debilucha -se dijo así misma.

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